Opinión

Europa, memoria y responsabilidad

Artículo publicado en EL CORREO. Abril 2017. Javier Madrazo

Este año se cumple el 60 aniversario de la firma del Tratado de Roma, un acuerdo clave para la creación de una Europa más unida y próspera, defensora de valores como son, entre otros, la igualdad, la solidaridad y la convivencia. Grandes expectativas, sin duda alguna, que lamentablemente se han visto frustradas. La conmemoración de esta efemérides no ha podido tener un sabor más amargo. Los discursos y llamamientos lanzados por los Gobiernos de los Estados miembros, defendiendo con poco éxito un proyecto en sus horas más bajas, se han enfrentado a la realidad del Brexit, el auge de las ideologías de extrema derecha, el empobrecimiento crónico de las clases medias y populares, la crisis de las personas refugiadas y la desconfianza, cuando no el rechazo explicito, de la ciudadanía, a la que deberían representar.

Europa se enfrenta a un futuro lleno de incertidumbres, derivado, en gran medida, de la incapacidad demostrada por sus gestores para responder satisfactoriamente a las necesidades y aspiraciones de las personas que la integran. La unidad económica y monetaria, el banco único, la defensa basada en el militarismo impuesto por la OTAN y la ausencia de un control democrático sobre las decisiones adoptadas en Bruselas o Estrasburgo, se han convertido en el verdadero fundamento de la Unión Europea, y están en el origen de la pérdida de legitimidad de unas instituciones y un modelo, que no han mostrado ninguna sensibilidad ante dramas como el paro, los recortes sociales, el racismo o el cambio climático.

Los desafíos que amenazan a Europa en el corto plazo se agravan día a día, sin que sus responsables sepan cómo abordarlos de un modo proactivo y eficaz. Parece difícil concluir que quienes nos han conducido al abismo puedan ahora salvarnos de la debacle que se intuye. El terrorismo yihadista, la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, las tendencias centrífugas que cobran fuerza en cada vez más países, la desafección creciente de la ciudadanía europea hacia un proyecto compartido o las amenazas que se proyectan sobre las próximas elecciones en Francia y Alemania son razones suficientes para la preocupación y el desasosiego . La radicalización de grupos islamistas asentados en el corazón de Europa alimentan los posicionamientos más xenófobos, en una espiral peligrosa, que parece no tener fin. En este contexto, solo cabe preguntarse si hay una solución viable y útil que nos ayude a repensar y reformular el concepto Europa.

La respuesta no es fácil. Las instituciones de la UE son percibidas como una estructura opaca, ajena a las preocupaciones de la ciudadanía, dirigida por élites que actúan como un ejército fiel al servicio del neoliberalismo más feroz. Las fuerzas de la derecha y del centro hacen suyos planteamientos del populismo más reaccionario en un intento por preservar su espacio y evitar la pérdida de votos, en una estrategia fallida que termina por fortalecer la posición política de figuras como Le Pen o Wilders, entre otros. La izquierda, por su parte, no tiene un relato convincente y compartido sobre la Unión Europea, más allá de una posición crítica, que no logra articular una alternativa creíble con opciones de ser socializada.

Son muchas las voces que alertan sobre los efectos perniciosos del capitalismo y la urgencia de promover un cambio del modelo de desarrollo, que tenga como prioridad atender los requerimientos de las personas. Me refiero a derechos fundamentales como son el empleo, la educación, la sanidad, la vivienda, un sistema digno de pensiones y un medio ambiente sano. Hablamos, en definitiva, de aspectos clave que contribuyen a una vida más plena y feliz. Soñamos, en su día, especialmente en España tras cuarenta años de dictadura, con una Europa más democrática, más justa y más solidaria, y ahora sentimos decepción, frustración y desapego. Incluso los representantes de los Estados miembros de la Unión saben que, sin la adhesión ciudadana, Europa se resquebraja. Sin embargo, siendo esto verdad, no son capaces de planificar una hoja de ruta que nos permita salir del atolladero en el que nos encontramos. Las fuerzas neoliberales no muestran propósito sincero de enmienda, presionadas además por el avance la extrema derecha, y la izquierda, debilitada en el contexto europeo, no puede ejercer la influencia deseada. Parece evidente que este escenario no invita al optimismo. La revolución tecnológica y la globalización, al menos en los próximos diez años, destruirán más empleo de los que crearán y la desigualdad continuará creciendo, profundizando la brecha social.

Por ello, resulta prioritario que las fuerzas de la izquierda alternativa y transformadora sumen voluntades para definir una alternativa efectiva, plural y unitaria , desarrollando un nuevo relato sobre Europa, que se centre en recuperar sus señas de identidad originarias. Un proyecto que ilusione , movilice y confronte con el modelo hegemónico de la derecha , que cuenta con la colaboración inestimable de la mal llamada socialdemocracia, que se ha reducido a hacer del espacio europeo un gran mercado ,sostenido por un entramado institucional con grandes déficits democráticos, y que aplica sobre los estados más débiles la tiranía del austericidio. Pienso en una Europa más democrática, que escuche a sus habitantes, establezca cauces de participación y fije como criterios de funcionamiento la transparencia y la ética; una Europa más social, que fije una carta de derechos sociales y laborales vinculante, que establezca políticas fiscales progresivas y mecanismos reales de redistribución , que combata las causas que explican el empobrecimiento de la población, luche contra la injusticia y los abusos, y garantice políticas que favorezcan el bienestar y calidad de vida de la población; una Europa más solidaria, que integre a las personas inmigrantes, acoja a quienes buscan refugio huyendo del hambre y de las guerras y haga de la diversidad un factor de enriquecimiento; una Europa más plural, que reconozca el derecho a decidir de pueblos como Euskadi, Catalunya o Escocia, entre otros. En definitiva, como decía José​ Saramago, “sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir”. Aprendamos la lección.

Dividir es perder

Artículo de Javier Madrazo Lavín publicado en el diario EL CORREO, Febrero 2017. 

El próximo 11 de marzo se cumplirán tres años de la inscripción de Podemos en el registro de partidos políticos del Ministerio del Interior. Esta decisión fue un paso necesario para poder concurrir a los comicios europeos que se celebraron el 25 de mayo de 2014.

Podemos fue entonces la fuerza revelación, al obtener cinco escaños, que evidenciaron el descontento y la indignación de una parte importante de la ciudadanía con la gestión de la crisis económica, llevada a cabo por el Gobierno de Mariano Rajoy. Por primera vez desde la transición, el bipartidismo se sintió amenazado y muchas voces empezaron a tomar en serio a un grupo de jóvenes profesores de Universidad, que parecían tan unidos como generadores de ilusión.

Hoy, en los días previos a la convocatoria de la Asamblea de Vistalegre II, estos hechos parecen tan lejanos como olvidados. Podemos se ha sumido en una lucha por el control de la formación , una disputa de egos, celos, traiciones y ambiciones, cuando no ha cumplido tres años de vida. Sus máximos dirigentes son los responsables de una confrontación que cuestiona su credibilidad y lesiona la confianza de quiénes pensaron que Podemos había llegado a la escena política para defender los intereses de las personas más vulnerables y de las clases empobrecidas. España necesitaba una alternativa ilusionante y esperanzadora, que liderara con valentía y legitimidad la movilización social y el activismo institucional.

Lamentablemente, esta expectativa se ha quebrado y en el contexto presente parece poco probable que se recupere, al menos a corto o medio plazo. El enfrentamiento entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón de lucha por el poder y de carácter político, ha derivado en un desencuentro personal, que dejará heridas que costará cicatrizar. Las disputas en el seno de Izquierda Unida, que tanto daño hicieron a su viabilidad y terminaron por generar un descrédito imposible de remontar, parecen un asunto menor comparadas con la virulencia que practican los dirigentes de Podemos. Es obvio que no hemos aprendido nada de los errores cometidos en el ámbito de la izquierda, siempre dividida, y olvidamos que la política es un instrumento de transformación social y no una pelea de gallos de corral, que tanto beneficia a la derecha, empeñada en reinstaurar el bipartidismo con la complicidad del PSOE.

Podemos está perdiendo un tiempo clave para ocuparse de los problemas reales de la gente, su auténtica razón de ser. Nunca como ahora un movimiento de rebeldía y acción ha sido tan importante. Estamos inmersos en cinco crisis globales- económica, institucional, social, ética y medioambiental- que son cada día más profundas y dejan un mayor número de víctimas. La automatización, la robótica y la inteligencia artificial, símbolos de progreso, no traerán consigo, de forma mecánica,nuevos puestos de trabajo ni tampoco más bienestar. El Foro Económico Mundial, que ha reunido en la ciudad suiza de Davos a líderes políticos y empresariales, lo ha dejado bien claro, aunque sus amenazas han pasado inadvertidas para la opinión pública. En esta cita se ha constatado que solo la industria 4.0 destruirá en un año siete millones de empleos en Europa.

El futuro, por tanto, parece condenado a cronificar el paro, la desigualdad y la feminización de la pobreza si no se establecen mecanismos de redistribución de la riqueza. Por cada cinco puestos de trabajo perdidos para las mujeres únicamente se creará uno para ellas. Este panorama tan desalentador fue puesto sobre la mesa por personas de influencia como los presidentes del BBVA y Banco de Santander, Francisco González y Ana Botín, respectivamente. El primero de ellos aseguró que la digitalización implicará menos empleo y afirmó que es competencia del sector público tomar las medidas necesarias para paliar las consecuencias.

No es casualidad que en este marco se impulse desde los poderes políticos y económicos más conservadores el debate sobre una renta básica universal, entendida,en su caso, como una red mínima de seguridad, que contribuya a controlar y a sofocar posibles brotes de conflicto derivados de un cambio drástico en los modos de vida.

En los próximos veinte años un número importante de trabajos, cualificados o no, serán reemplazados por máquinas y avances de vanguardia, entre ellos el big data, la nanotecnología o la impresión 3D. Finlandia es ahora mismo un laboratorio de referencia, en el que 2.000 personas recibirán durante dos años 560 euros por el hecho de existir. ¿Es ésta la solución? Evidentemente, no. Es la legitimación de la dualidad social que niega el derecho a desempeñar competencias y habilidades, dos aspectos clave de los que depende nuestra autoestima y dignidad. Por eso, es tan relevante que la izquierda se fortalezca y sume voluntades. Donald Trump se lo está poniendo fácil con actuaciones contrarias a los derechos humanos y a la democracia.

José Mugica, ex presidente de Uruguay, sostiene, con toda la razón, que "somos derrotados cuando bajamos los brazos". No es el momento ni de la resignación ciudadana ni tampoco el de la confrontación en la izquierda. Divididos no podemos; divididos, perdemos. Gana la derecha y con ella quienes mueven sus hilos y toman las decisiones; esto es, la banca, la patronal y las transnacionales. Las corrientes que integran la formación morada están en su derecho a discrepar.

Es positivo que debatan y se rebatan, pero si quieren sobrevivir con éxito tienen que reconectar con su base social, hacer suyas sus preocupaciones e inquietudes y proponer respuestas alternativas en las instituciones y en la calle. Si no lo logran el Partido Popular y el PSOE tendrán tiempo para retomar la iniciativa, marcar la agenda política, revalidar el bipartidismo y defender los intereses de los privilegiados frente a los derechos de la población.

Recuperar la memoria

Artículo de opinión de Javier Madrazo Lavín publicado en EL CORREO. Diciembre 2016

La izquierda ha perdido dos referencias de valor en una misma semana. Me refiero a Marcos Ana  y a Fidel Castro. Tuve, en su momento, la oportunidad de conocer personalmente a ambos. Al primero le traté en actos públicos y privados, en los que siempre encontré a un hombre bueno, humilde, generoso y comprometido. El líder de la revolución cubana me recibió en La Habana, hace catorce años, con motivo de un viaje oficial del Gobierno vasco a la isla para visitar proyectos de cooperación al desarrollo. Me sorprendió su cercanía y especialmente su interés  y conocimiento de la realidad vasca. José María Aznar gobernaba entonces España y las relaciones con el régimen de Fidel Castro atravesaban un momento difícil. En un acto propio de un hombre acostumbrado a reivindicar su autonomía y a defender sus ideales, el comandante no dudó en defender el derecho del pueblo vasco a decidir su futuro.

Marcos Ana y Fidel Castro, vivieron en contextos diferentes y tuvieron  su propio recorrido vital. Me consta  que se respetaban y reconocían mutuamente como personas valientes, que lucharon, en su día, por principios compartidos de libertad y justicia. Su desaparición coincide, lamentablemente, con el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos y el auge de la extrema derecha en países europeos. El siglo XXI no se presenta como lo habíamos soñado. Los avances  tecnológicos, la inteligencia artificial, el internet de las cosas y las redes sociales constituyen grandes avances, pero la humanidad no parece caminar hacia un futuro mejor, en el que la prioridad sean las personas y su bienestar, independientemente de su lugar de nacimiento, el color de su piel o su condición social.

La historia juzgará las luces y sombras de los años de gobierno de Fidel Castro.  Desde mi punto de vista, son muchas más las fortalezas que  las debilidades, máxime si lo juzgamos a la luz de un bloqueo económico brutal que viola derechos humanos fundamentales.  Sin embargo, para poder cuestionar con legitimidad la figura de Fidel Castro  es preciso tener dignidad y coherencia. No es el caso de Donald Trump. El nuevo inquilino de la Casa Blanca ha calificado a Fidel Castro como un 'gran dictador'.  Quien así se expresa es el máximo exponente del racismo, un machista que desprecia a las mujeres y un homófobo confeso.

Hay muchas razones para la preocupación en el mundo que estamos construyendo.  No es mi intención apelar a la nostalgia, ni caer en el tópico de pensar que el futuro será por definición peor que todo lo vivido. Al contrario, creo sinceramente que las generaciones más jóvenes marcarán un cambio de rumbo cuando llegue su momento. Mientras tanto, una parte importante de nuestra sociedad está obsesionada por preservar su estatus, conservar sus privilegios y blindarse contra todo aquello que considera una amenaza. La crisis económica nos ha hecho recelar de quienes llaman a nuestras fronteras, en la falsa creencia de que vienen a robarnos los pocos puestos de trabajo que se generan.

Nunca imaginamos que con un solo click podríamos acceder a  toda la información disponible en el mundo y menos aún que la cultura fuera accesible a través de una pantalla de ordenador. Pero la verdad es que los prejuicios, lejos de desaparecer, están cada vez más arraigados y son más profundos. Y todo ello nos debe hacer reflexionar. Una sociedad con miedo es una sociedad infeliz. Quienes han confiado en Donald Trump en Estados Unidos, como quienes lo han hecho en España en Mariano Rajoy, buscan certezas ante problemas que tienen difícil solución. Nunca ha habido un mejor caldo de cultivo para el populismo. Respuestas simples para desafíos complejos. Líderes sin principios ni ética para engañar a una ciudadanía aturdida y sin esperanza.

Necesitamos nuevas esperanzas a las que aferrarnos e  ideas y representantes en quienes poder confiar. Habitamos en sociedades supuestamente màs avanzadas que nunca y, sin embargo, sueños tan humanos como lograr un mayor bienestar y recuperar valores como la justicia social y una redistribución más equitativa de la riqueza parecen alejarse hasta resultar inalcanzables. Curiosamente en un contexto de recesión el egoísmo se ha impuesto a la solidaridad y la urgencia por sobrevivir está reforzando el individualismo sobre la lucha compartida por la conquista de derechos arrebatados. En este sentido, la trayectoria  de Marcos Ana y Fidel Castro cobra especial  importancia como grandes referentes portadores de una utopía movilizadora, la de poner de manifiesto que otro mundo mejor y más justo es posible. Lamentablemente, las generaciones que nacieron en las décadas de los ochenta y noventa o no saben nada de estas dos personalidades,  o bien si conocen algo de su trayectoria,  serán referencias genéricas  y muy condicionadas por estereotipos y manipulaciones interesadas.

Ahora que hemos conocido los resultados del informe PISA, que ha sacudido a nuestro sistema educativo, también podríamos preguntarnos por qué las ciencias, las matemáticas y la comprensión lectora son los únicos indicadores a tener en cuenta en este estudio, obviando conocimientos tan importantes para la formación como son la historia, la filosofía o el pensamiento crítico. Es alarmante constatar las deficiencias detectadas y urge una reflexión en profundidad sobre sus causas y las medidas correctoras que habrà que abordar. No tengo dudas a este respecto. Ahora bien, como profesor en la red pública me enfrento cada día a jóvenes que dominan los últimos avances tecnológicos, al tiempo que ignoran el pasado màs reciente, carecen de ideas propias y su capacidad de análisis y reflexión es mínima. Una sociedad avanzada e inteligente no es aquella que sólo se rige por criterios de productividad y competitividad, sino aquella otra en la que la calidad de vida de las personas y su felicidad son una prioridad.  Marcos Ana y Fidel Castro también lo creyeron  y ésta es en sí misma una razón suficiente para rendirles un homenaje merecido y reivindicar unos ideales, que hoy son tan válidos como lo fueron en su momento.

El valor de sentarse y escuchar

Artículo de opinión publicado en Noticias Obreras. Diciembre 2916. Javier Madrazo Lavín

Winston Churchill decía, con mucha razón, que “valor es lo que se necesita para levantarse y hablar, pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar”. La política en España está condicionada por el ruido y las interferencias. Muchos de sus representantes aprenden oratoria en cursos impartidos por profesionales y elaboran cada día nuevos mensajes con la ayuda de agencias de comunicación. Les mueve un objetivo: atraer la atención de sus votantes cuando se sientan en un plató de televisión, comparecen en una rueda de prensa, a ser posible sin preguntas, o se suben a la tribuna del Congreso para leer un discurso preparado, antes incluso de conocer la opinión o el posicionamiento de sus oponentes.

La conclusión parece obvia: hablamos mucho y escuchamos poco. Posiblemente, éste sea uno de los grandes males de la política en España y un déficit que amenaza la democracia, entendida ésta como un modelo de gobierno que se construye buscando compromisos compartidos entre diferentes, en pro del interés general, que no es otro que la satisfacción de las necesidades y aspiraciones de las personas. Reivindicar consensos, diálogo, acuerdo o pacto no debe significar abogar por un mismo pensamiento o una misma línea de actuación.

Es positivo, necesario y saludable que en política haya programas contrapuestos y respuestas confrontadas para resolver problemas comunes. Izquierda y derecha, nacionalistas y centralistas, debemos aprender a convivir, sentarnos en una misma mesa, reconocernos como interlocutores, respetarnos y establecer espacios estables de debate. Pero hemos de interpretar también como un valor la pluralidad de ideas y sensibilidades.

Son preocupantes, en este sentido, los llamamientos que desde la derecha y las élites en el poder se lanzan reiteradamente, instando a los partidos a que suscriban consensos en materias que consideran clave. En realidad, éste es un mensaje trampa, profundamente conservador, que persigue únicamente la defensa del establishment.  

Hemos asistido en los últimos meses a una campaña de presión orquestada para forzar la abstención del PSOE, en la sesión de investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno. Son lobbies del poder financiero y mediático que buscan su exclusivo beneficio y no el de la mayoría social y el de las clases populares.

Es triste comprobar como muchos de quienes se dedican hoy a la política han perdido por completo la capacidad de prestarse atención a otras opiniones que no sean las suyas propias. No hay más que observar lo que ocurre en todas las formaciones, sean “viejas” o “nuevas”. 

Casi nadie escucha a nadie. Y, por supuesto, muchos hacen oídos sordos a las demandas y necesidades de la ciudadanía. Las redes sociales, por ejemplo, se han convertido en altavoces para difundir proclamas, pero han perdido su virtualidad como espacios para el encuentro y el intercambio. Así se entiende que muchos de quienes debieran representar nuestros intereses en las instituciones ni tan siquiera los conozcan. O lo que es peor no les importan.

Las formaciones políticas en España se encuentran inmersas en profundas crisis, màs o menos graves según los casos, pero en la práctica, todas ellas se ven obligadas a dedicar su tiempo y sus energías a gestionar sus propios conflictos internos, obviando su verdadera función como agentes del cambio y canalizadores de las demandas ciudadanas. Esta realidad es hoy aún más intensa y màs cruel en el àmbito de la izquierda que en el de la derecha, fortalecida por los resultados electorales y la permanencia en el poder. Los abusos cometidos contra los derechos sociales, laborales y económicos de la población no les han pasado la factura que se presuponía, y la corrupción tampoco ha sido castigada en las urnas como un amplio sentir social deseaba.

Y en este contexto el triunfo de Donald Trump en los comicios de Estados Unidos pone de manifiesto que, al igual que ocurrió en Inglaterra con el Brexit, el miedo siempre alimenta la demagogia y el populismo más exacerbados. Racismo, homofobia, patriotismo, machismo y prepotencia se imponen, arrojando un jarro de agua fría sobre el modelo que apuntaba a la construcción de sociedades que creíamos eran mejores para convivir porque eran màs abiertas, plurales, diversas y tolerantes. ¿Qué nos està ocurriendo? ¿Hacia dónde avanzamos? ¿En qué punto hemos perdido nuestros sueños?

Habrá, sin duda alguna, muchas razones para explicar esta realidad, pero retomando la célebre frase de Winston Churchill lo cierto es que no sabemos escuchar o, al menos, hemos perdido el hábito de hacerlo. Ahora, Mariano Rajoy, al frente de un gobierno en minoría, parece tomar conciencia de que está obligado a negociar y a pactar. Sin embargo, parece que esta es solo la reacción a un escenario adverso. No parece haber demasiada convicción en sus apelaciones al diálogo cuando, por ejemplo, en la última votación de investidura señaló que no estaba dispuesto a superar determinadas líneas rojas (soberanía, exigencias europeas .. ) en su acción de gobierno. Vino a decir, más o menos veladamente , “ o me dejáis gobernar(con mi programa) o convoco elecciones anticipadas”, sabiendo que el viento electoral sopla a su favor.

Tampoco la práctica del diálogo-integración-acuerdo se materializa en el día a día del resto de formaciones, que como PSOE y Podemos están dando un espectáculo poco edificante sobre resolución de conflictos a través de la palabra y el consenso. Las disputas se siguen dirimiendo sobre la base de la exclusión, defenestración y apartamiento del adversario interno. Ambas formaciones deberían buscar con honestidad, más pronto que tarde, puntos de encuentro entre sus propias filas que les ayuden a ser útiles, eficaces y efectivos para resolver los problemas a los que nos enfrentamos cada día millones de personas. En un proyecto político la pluralidad no debe ser vista como una amenaza sino un factor de enriquecimiento y fortaleza.

Ni el gobierno debe de pedir pleitesía a la oposición, ni esta debe edificar su estrategia sobre la base de hacer “morder el polvo” al gobierno. Consensuar es acordar sobre la base de las renuncias mutuas, sabiendo que la única línea roja debería ser la resolución de los problemas de la gente, sobre todo de los sectores más empobrecidos y más castigados por el austericidio.

El consenso y el acuerdo , que demanda la ciudadanía para esta nueva legislatura, es el que se tiene que construir sobre la base del interés general y no del interés de la Troika , de los poderes financieros , mediáticos o del interés electoral de las fuerzas políticas.

Se trata, en definitiva, de aplicar a los ámbitos supramunicipales las buenas prácticas que se dan en muchos ayuntamientos, donde el trabajo por el bien común se pone por delante de las estrategias partidistas.  

Retos de la unidad de acción

Artículo de Opinión de Javier Madrazo, publicado en el periódico EL CORREO. Mayo 2016

Leo con interés las diferentes encuestas que se vienen publicando, en un empeño loable por anticipar el resultado de la voluntad ciudadana ante la inminente cita electoral. En esta ocasión, todos los estudios coinciden en destacar un aumento de la abstención, que se puede interpretar como un toque de atención a las formaciones políticas por su manifiesta incapacidad para buscar acuerdos que contribuyan a dar respuesta a los graves problemas a los que se enfrenta una población castigada por una crisis crónica, que se traduce en desempleo, precariedad, recortes sociales y empobrecimiento.

Debo reconocer que comprendo a las personas que el pasado 20 de diciembre acudieron a las urnas y el próximo 26 de junio, en cambio, optarán por no hacerlo. En España hay razones fundadas para desconfiar de los partidos que han tenido responsabilidades en la gestión de la vida pública. Los casos de corrupción y abusos de poder se suceden unos a otros a tal ritmo y alcanzan tal magnitud que lesionan la confianza en la democracia y convierten en papel mojado la pretendida igualdad de todas las personas ante la ley.

Las formaciones nuevas, imprescindibles para quebrar el bipartidismo, regenerar la vida pública y recuperar la confianza de una ciudadanía cansada de la alternancia PPPSOE, se han instalado en el sistema en un tiempo récord. Ciudadanos apoya y pacta, al mismo tiempo, con Susana Díaz, Cristina Cifuentes y Pedro Sánchez, mientras Podemos abandona la movilización en la calle, olvida de facto el espíritu del 15M y los círculos dejan de ser espacios de debate, participación y decisión. El poder te atrapa en su tela de araña el día en el que antepones los intereses personales o de partido a los intereses generales.

Siempre he defendido, por coherencia, la unidad de acción de la izquierda. El trabajo compartido es clave para articular una mayoría política y social con capacidad real de influencia y transformación social. Del mismo modo que una mayor abstención beneficia al

Partido Popular, como ha ocurrido siempre desde la transición con la única excepción de los comicios de 1989, la división perjudica a la izquierda, suficientemente penalizada ya por una ley electoral injusta. La colaboración encierra un gran valor que no se debe minusvalorar. En las elecciones del 26 de junio, la coalición Podemos-IU será, de hecho, una importante novedad, que habrá de pasar el examen de la ciudadanía para conocer el nivelBde adhesión que genera.

Me consta que existe expectación y esperanza ante esta alianza, aunque hay que admitir que parece más motivada por la necesidad que por la convicción. En la mente de muchas personas resuenan aún las declaraciones de Pablo Iglesias, calificando a IU como un “pitufo gruñón” y acusando a sus dirigentes de chantaje, por defender la unidad de acción.

Podemos rechazó en diciembre de 2015, sin escatimar críticas, aquello que hoy reivindica como la mejor solución. No es este un buen punto de partida para ganar en credibilidad, especialmente si no se explica con honestidad el porqué de este cambio.

Es evidente que el escenario para la formación de Pablo Iglesias ha cambiado. La crisis interna, el desgaste de su líder y un previsible retroceso en las urnas podrían ser las razones que justifican este giro. Podemos ha tenido que tomar conciencia, por fin, del peso y el reconocimiento social de IU, pero es preciso admitir que lo ha hecho forzado por las circunstancias y el deseo legítimo de superar al PSOE el 26 de junio, haciendo realidad la defensa del liderazgo en la izquierda, que con tanta coherencia y valentía defendió Julio Anguita.

El pacto Podemos-IU obliga a esta última fuerza a redoblar esfuerzos y a reivindicar su identidad si apuesta por mantener su viabilidad futura y su proyecto autónomo. La coalición electoral se materializa en un buen momento para la formación liderada por Alberto Garzón, que goza de un clara expectativa de crecimiento. Son muchas las personas en el seno de IU, que observan con preocupación un acuerdo que puede relegarles a un papel secundario, desdibujando un perfil logrado tras años de lucha contra las injusticias derivadas de la aplicación del modelo de desarrollo capitalista.

En política la suma de siglas no implica la suma matemática de apoyos. Es posible que en ocasión también ocurra así, pero, al mismo tiempo, es sensato pensar que Podemos e Izquierda Unida han hecho lo único que podían hacer. Lamentablemente, no dieron este paso el 20 de diciembre. El escenario podría haber sido otro y estos cinco meses transcurridos no hubieran sido tan nefastos para un país en el que el paro, la precariedad, la pérdida de calidad de vida y el empobrecimiento de la inmensa mayoría conviven con el egoísmo y la insolidaridad de una minoría que asalta las arcas públicas, esconde su botín en paraísos fiscales y burla la ley para no pagar impuestos. Decía Norberto Bobbio que la izquierda, a diferencia de la derecha, se define porque se indigna ante la injusticia social.

La coalición Podemos-Izquierda Unida tiene ahora el doble reto de convencer a quienes dudan de la bondad de la confluencia y, al mismo tiempo, no frustrar la esperanza de quienes avalan la unidad de acción. También se enfrenta a la difícil tarea de ilusionar a una ciudadanía crítica, que puede caer en la tentación de la abstención en lugar de reforzar el espacio de la izquierda real para conformar una mayoría de gobierno progresista, en la que no estén representados ni el Partido Popular ni Albert Rivera. Sin duda alguna, se trata de mucha responsabilidad.

"Diálogo y acuerdo para un gobierno para la gente"

Artículo de Opinión de Javier Madrazo publicado en Noticias Obreras. Abril 2016

Vivimos tiempos difíciles, marcados por la confrontación y el desencuentro, en un momento delicado, en el que la impotencia y la desesperanza condicionan el día a día de millones de personas sin empleo, con trabajos precarios e inestables y pocas o ninguna esperanza de mejora en el corto y medio plazo.

La indignación provocada por la recesión económica y la pésima gestión de sus consecuencias, que se traduce en el empobrecimiento de una parte importante de la población, no ha sido suficiente para favorecer un cambio de gobierno ni tampoco de política. Nos encontramos ante una situación de bloqueo político generado por la incapacidad de los principales partidos para llegar a acuerdos amplios que desatasquen la situación en orden a la conformación de un nuevo ejecutivo.

Fueron muchas las personas que el pasado 20 de Mayo acudieron a las urnas para dar su voto a un tiempo nuevo, en el que las sensibilidades en favor del cambio tuvieran la fuerza suficiente para conformar un gobierno con una clara agenda social, que priorizara las necesidades de las personas sobre las imposiciones de quienes ejercen el auténtico poder desde los inicios de la transición

Lamentablemente, las expectativas e ilusiones de mucha gente no se han cumplido. El PSOE en lugar de establecer el eje del acuerdo en la Izquierda ( Podemos, Compromís e Izquierda Unida ) buscando la abstención de Ciudadanos, ha hecho lo contrario. En la elección del partido de Albert Rivera como socio principal , que no deja de representar a la derecha( aunque más moderna) ,han pesado mucho las líneas rojas que el Comité Federal estableció al candidato socialista , dejándole las manos atadas , al limitarle enormemente su margen de maniobra en la negociación . Tras la investidura fallida los dos partidos mantienen el acuerdo, hasta tal punto, que los diálogos con otras fuerzas los quieren realizarlos de forma conjunta.

Desde Podemos están pidiendo a Pedro Sánchez que reflexione, se libere de la presión de la vieja guardia, y abra un diálogo sincero con aquellas formaciones que tienen capacidad para liderar una auténtica renovación y regeneración en España. Sin embargo, tras el debate en el Congreso para el nombramiento del Presidente del Gobierno el 2 de Marzo , los puentes entre el PSOE y Podemos ,han quedado muy deteriorados por las descalificaciones y exabruptos mutuos.

El partido de Pablo Iglesias no ha acabado de digerir que no haya sido el suyo el elegido como aliado de cara a la conformación de un gobierno de cambio. La formación morada tendrá que hacer una autocrítica por los errores cometidos tras las elecciones del 20D. Errores de talante (excesiva arrogancia) y de estrategia, al presentar la petición de cargos(vicepresidencia y ministerios) antes que las propuestas programáticas. Todo ello ha fortalecido las posiciones de los que dentro del Partido Socialista no querían un pacto entre las fuerzas progresistas.

De hecho hay voces cualificadas (Carlos Jiménez Villarejo o Manuela Carmena) que están pidiendo la abstención de Podemos para evitar la celebración de nuevas elecciones y para desalojar al PP del gobierno. Dicen estas voces que es mejor condicionar e influir en el gobierno PSOE-Ciudadanos ,en todos los aspectos regresivos del acuerdo (reforma

laboral,SMI,TTIP,fiscalidad,modelo territorial…) ,que ir a unas nuevas elecciones que pudieran acercar la mayoría absoluta a la derecha PP-Ciudadanos y dar la presidencia del gobierno a un candidato del PP que con mucha probabilidad no sería Mariano Rajoy. Máxime cuando no está claro, a la vista de diferentes encuestas, que Podemos lograra el sorpasso (adelantamiento al PSOE) en las próximas elecciones y que pudiera mantener las alianzas(con la consiguiente merma de diputad@s) con Compromís, En Marea y En Comú Podem a la vista del intento de estas fuerzas de independizarse y constituirse en partido instrumental de cara a formar grupos parlamentarios separados.

Lo que no parece viable es que fructifique antes de una nueva cita con las urnas la gran coalición (PP-PSOE-Ciudadanos) que está defendiendo el partido de Mariano Rajoy. Un partido totalmente deslegitimado por la corrupción institucionalizada , la sumisión al FMI y al Banco Central Europeo y la política de recortes que nos han conducido a esta situación de paro, precariedad y empobrecimiento. La derecha no puede ser la solución a los problemas a los que nos enfrentamos. Estamos donde estamos por las decisiones que han tomado desde su llegada a la Moncloa en 2012.

La mayoría de la sociedad que quiere acabar con el austericídio y que aspira a contar con unos gobernantes al servicio de su pueblo y no de las élites económicas, desearía que se retomaran las conversaciones suspendidas en el ámbito de la izquierda. Es cierto que la confianza está resquebrajada y el primer paso debe ser restablecerla. Sin duda, todos los actores concernidos son responsables de que esta pretensión llegue a buen puerto. Pero la mayor dificultad se encuentra en todas esas voces( muy influyentes) que dentro PSOE rechazan un acercamiento a Podemos, Compromís e IU. Superar esta oposición interna no parece ser, sin embargo, una prioridad para Pedro Sánchez, preocupado por su propia supervivencia como Secretario General y candidato a la Presidencia. Mientras esta situación se mantenga parece poco probable un gobierno de progreso en España.

Ojala finalmente se impongan la razón y la cordura, y no nos veamos en la obligación de acudir a las urnas otra vez en Junio. Ello representaría la incapacidad de los principales partidos de anteponer el interés general a los intereses partidistas.

Estamos perdiendo un tiempo precioso para enmendar todos los atropellos cometidos por el actual gobierno y sería muy decepcionante llegar a la conclusión de que nos hemos encontrado durante estos meses ante una mera escenificación para posicionarse ante una inminente campaña electoral. La ciudadanía asiste perpleja a un espectáculo poco edificante y nada constructivo, que muchas personas perciben con desazón como un vodevil. Corremos, de hecho, el riesgo de una desafección creciente respecto a la política y a quienes la representan. Un error grave que lesiona la democracia y lastra nuestro futuro.

El PSOE debe aprender a escuchar más a sus votantes, debe mirar más a su izquierda que a su derecha y debe, igualmente, repensar su estrategia en relación con Cataluña y Euskadi. Hoy más que nunca resulta imprescindible situar a las personas en el centro de la acción pública y habilitar cauces de participación para que las decisiones no sean patrimonio de unas élites minoritarias. En España no hace falta una segunda transición, hace falta un nuevo proceso constituyente que regenere, repiense y transforme nuestro sistema político donde la prioridad sea la superación de las desigualdades e injusticias. A esta apasionante tarea están llamadas

no sólo las fuerzas políticas sino el conjunto de la sociedad. Una sociedad cada vez más consciente y participativa en la que residen las esperanzas en un futuro mejor y que ha demostrado, en muchas ocasiones, más madurez que sus representantes políticos.

Javier Madrazo Lavín

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